El mismo ritmo
Lágrimas de alegría corrieron por su rostro. Su vínculo, al parecer, no sólo había sobrevivido, sino que se había fortalecido. En el sereno crepúsculo de la sabana africana, entre murmullos de alivio y asombro, Mathew y Nia se reencontraban: una oda a una amistad inquebrantable que trascendía el tiempo y las especies. Y así continuaron, humano y leona, con sus corazones latiendo al unísono una vez más.
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