Malherido
“¡Tao!” Gritó Jung Lee, con lágrimas cayendo por su cara. “¡Aguanta, ya vamos!” Con fuerzas renovadas, continuaron despejando los escombros hasta que hicieron una abertura lo suficientemente grande como para que pudieran arrastrarse a través de ella. Jung corrió al lado de su marido, abrazándolo mientras Harold evaluaba sus heridas. La pierna de Tao estaba muy magullada y parecía rota. “No puedo andar”, susurró Tao.
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