Era un día cualquiera en Tokio. Todo el mundo quería llegar a tiempo al trabajo, y el metro estaba abarrotado de gente. Entonces, un anciano entró en el metro, y esta chica no entendía por qué nadie le ofrecía asiento. Así que, sin dudarlo, la chica se levantó y le cedió su propio asiento. No podía dejarle de pie todo el rato. Pero cuando se dio cuenta de quién era el hombre, ocurrió algo increíble.
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