Pálida como la nieve
Hina se dio la vuelta al instante, con la cara blanca como la nieve. Pero el señor Saito no se dio cuenta, pues ya había salido por la puerta. El aire fresco le sentó bien a Hina, y en cuanto escuchó las noticias del anciano, se sintió mejor de inmediato. “Sé dónde están los traficantes”, le susurró. Una descarga de adrenalina recorrió su cuerpo. Iban a recuperar su estatua Podía sentirlo.
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