En su sitio
Henry se quedó mirando a la mujer, atónito por la interrupción. Quería preguntarle a qué se refería, pero entonces todo encajó en la cabeza de Henry. La señora del lago se llamaba Lucy, ¡y sabía hacer la tarta de Lucy! Henry no se lo podía creer. El corazón le latía con fuerza mientras le contaba rápidamente su historia a la joven, y se alegró al comprobar que había surtido el efecto que esperaba.
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