Hundiéndose
Los chicos se callaron, dejando que su desgarradora revelación calara hondo. La expresión severa de Jane se suavizó. Podía imaginarse a una mujer pálida, postrada en cama, añorando la belleza y la fragancia del mundo exterior, el mundo del que ya no podía disfrutar. Era un escenario que distaba mucho de lo que Jane había imaginado. “Le encantan las rosas, señora”, dijo el segundo chico.
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