Frotándose los ojos
La mano que extendía para acariciar al perro se detuvo en el aire. “No puede ser”, susurró Tom mientras una oleada de calor le llenaba el cuerpo. “¿Lucy?”, dijo en voz baja. Cuando Tom vio los ojos del perro, se dio cuenta de que tenían la misma redondez acuosa que solía tener Lucy. Se frotó los ojos para asegurarse de que veía las cosas bien, pero el perro seguía allí cuando volvió a abrirlos.
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