Douglas Lawson
Era bien entrado el crepúsculo, y la luna menguante y plateada se sumergía bajo las agitadas nubes, ahuyentando los vestigios de la luz del día. Douglas Lawson, un hombre de cincuenta y cinco años con un corazón rebosante de inquebrantable curiosidad y entusiasmo, miraba por la ventanilla de su avión, maravillado por la cruda belleza del panorama que se desplegaba. Los densos y extensos paisajes africanos eran un lienzo inexplorado.
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