La consulta del médico
Le explicó a la recepcionista por qué estaba allí, y la mujer, de aspecto amable, le indicó la oficina del Dr. Harrison. “Es la habitación 304, en la tercera planta”, le dijo. Con las prisas, Elizabeth casi olvidó darle las gracias cuando empezó a caminar hacia los ascensores. El ascensor no subía lo bastante rápido y su corazón latía con fuerza mientras se dirigía a la habitación 304. Respiró hondo. Respiró hondo. Era hora de averiguarlo.
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