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Finalmente, el médico consiguió mirarla. Sus ojos, al igual que su voz, estaban llenos de culpa y arrepentimiento. De repente, cogió un papel y un bolígrafo y garabateó algo. “La gente del orfanato sabrá más”, dijo. Le entregó el papel a Elizabeth. Tenía un número de teléfono. Elizabeth lo cogió con la mano temblorosa. Sabía que tenía que llamar a ese número.
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