No sólo él
Calvin estaba a unos tres metros del nido. Todavía tenía los nervios a flor de piel, así que sabía que quería moverse despacio. Dio otro paso. Las tablas del suelo crujieron bajo sus pies. Pero no fue el único sonido que oyó. Porque segundos después, un fuerte chirrido y un golpe ensordecedor resonaron por todo el ático.
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