Impulsado por la codicia más que por la necesidad, Gavin tenía los ojos puestos en los beneficios de la venta de la casa de su anciano padre. Sin mucho remordimiento, trasladó a su padre a una residencia de ancianos, ansioso por vaciar la vieja propiedad. Cuando regresó a la casa, dispuesto a reclamar su ansiada fortuna, Gavin se encontró con un giro inesperado.
Su padre, débil pero con una mirada de complicidad en los ojos, pronunció unas palabras que hicieron que el rostro de Gavin palideciera fantasmagóricamente.
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